La cantidad de empresas exportadoras se redujo en los últimos 15 años de 14.444 a 9567; el total invertido de compañías argentinas en el mundo es solo del 0,1% del total global.
Hace unos meses, el embajador de una potencia europea me pedía una opinión: “¿cómo es posible que yo visito tantos lugares en la Argentina y encuentro excelentes productos como frutas, jugos, hortalizas, carnes no tradicionales, vinos, diseños telúricos, música tradicional… pero que la Argentina no logre exportar más aun?”.
Opiné entonces que la actual economía internacional no es una economía de productos, sino de empresas. Mas aun: alguna vez enseñó John Kay (en “Fundamentos del éxito empresarial”) que esas empresas deben lograr un cuadrado de virtudes formado por una estrategia acertada, innovación constante, reputación garantizada y una adecuada arquitectura de vínculos sistémicos (contratos relacionales).
Buenos productos son necesarios, pero no suficientes.
No es casual que en lo transcurrido del siglo XXI la Argentina exhibe la peor performance en evolución porcentual de exportaciones en Latinoamérica después de la paupérrima de Venezuela.
Buenos productos son necesarios, pero no suficientes
Carecemos de un número significativo de empresas de categoría internacional. En el último registro disponible figuran solo 60 empresas con exportaciones anuales mayores a US$100 millones (solo 12 con más de 1000 millones). La cantidad total de empresas exportadoras en la Argentina se redujo en 15 años desde 14.444 hasta 9567.
Y a la consabida debilidad de nuestra economía en materia de recepción extranjera directa (apenas un stock de US$98.000 millones en un total mundial de 45 billones) hay que añadir que las empresas argentinas han creado escasísima inversión extranjera emisiva -hacia otras economías-. El total invertido por empresas argentinas en el exterior es, según el mas reciente informe de Untcad, de solo US$42.452 millones (menos que el 0,1% del total mundial); lo que supone una cifra menor a las que han invertido México, Brasil Chile, Colombia y Venezuela.
Pero los resultados en la vinculación externa ya no son consecuencia de algunas relevantes operaciones de unas cuantas compañías sino que han pasado a ser efecto de la participación eficiente de actores económicos varios en redes suprafroteterizas que -de modo sistémico- intercambian simultáneamente diversos flujos de valor económico.
Podemos hablar, por eso, hoy, de una globalización “hexagonal” dado que los intercambios internacionales suman comercio de bienes físicos; comercio de servicios (que crece con mucho mas dinamismo que el de bienes); intercambio de datos, conocimiento e información (el mas valioso flujo supranacional actual); movimientos de inversión extranjera directa (emisiva y receptiva); financiamiento internacional dirigido a actividades productivas internacionales; migraciones y telemigraciones.
De tal modo que lo relevante en los resultados vinculativos económicos externos no es ya tener productos sino que es tener adecuadas empresas. Y ellas deben estar dotadas de los 7 atributos propios de la época: una estrategia acertada, una capacidad negocial de inserción sistémica en redes suprafronterizas de valor, una oferta apropiada a la economía del conocimiento que transforma todo; confiabilidad garantizada; la generación de intangibles valiosos que acompañan la oferta tradicional para lograr la elegibilidad; la capacidad de crear el ámbito mesoeconómico asociativo para asegurar las prestaciones (mas que los productos) en las que hay aliados relevantes; y el liderazgo (y la representación) de personas apropiadas a los atributos de la época.
Ello supone que, para mejorar resultados externos, no solo habrá que pensar en determinadas condiciones de producción y comercio básicas y coyunturales (necesarias) sino que deberán incrementarse y mejorarse las tasas y las calidades de la inversión, el acceso a financiamiento, la disposición de insumos y servicios requeridos, la calidad de los recursos humanos, el saber contextual (acoplamiento tecnológico), la eficiencia del sector público en sus prestaciones inevitables, la infraestructura de soporte y el bagaje de instituciones que operan como marco de referencia (vigencia de los derechos constitucionales, ordenamiento macroeconómico, modernización regulativa y la generación de una -hoy casi inexistente- arquitectura institucional internacional de acuerdos con otras economías para liberalizar el comercio y las inversiones exteriores).
La Argentina no saldrá del crónico proceso de debilidad exterior si solo pretende mejorar algunos pocos (muy relevantes) aspectos en el entorno político-económico. Éste es un mundo de empresas. Y ellas, para ser efectivas, requieren un ambiente institucional, social, económico natural apropiado y sobre ello construir estrategias y acciones adecuadas.
Entre nosotros suelen abundar las discusiones macroeconómicas, como si solo de ellas fuese a surgir lo que esperamos. Pero, como explica Leonard Reed (en “Deeper than you think”), en el planeta la revolución que está teniendo lugar es una revolución “micro”: la de los propios actores económicos que están innovando, transformando realidades y ganando relevancia.