Volvió el planteo de que las exportaciones compiten con el consumo. Pero es al revés. Hay que aumentar las exportaciones para generar divisas para expandir la producción y el consumo
Parece lógico. Si no se venden alimentos al exterior, se tiene más alimentos para el pueblo. Si no se deja entrar las importaciones, se tendrá más industria nacional, con ello, más empleo. Con más alimentos y más empleo sube el salario real.
Este es el esquema conceptual que estuvo muy instalado en las discusiones económicas argentinas entre las décadas del ’30 hasta los ’80. También es la idea que tiene en la cabeza el ala dura del gobierno cuando critica la gestión económica del ministro de Economía, Martín Guzmán.
Ahora, ¿qué dicen los datos?
Tomando los últimos 10 años (2011 – 2021). Las exportaciones en dólares de Argentina cayeron un 6% punta a punta. Las importaciones cayeron 15%. Siendo así, debe haber mucho más empleo industrial y un alto salario real.
Bueno, no fue tan así. Tanto el empleo industrial como el salario real de la economía están 10% abajo.
¿Qué pasó? ¿Por qué falló la política del mercado interno?
Falló porque se desplomó la productividad de la economía. El PIB per cápita en los últimos 10 años cayó 13%. Si hay menos bienes con más bocas para alimentar significa que el pueblo tiene que consumir menos. Esto se refleja en un menor salario real.
De aquí entonces que, si se quiere aumentar el salario real, hay que aumentar el PIB per cápita. Para esto, hay que exportar más a fin de tener divisas. Con las divisas se puede comprar en el mundo bienes de capital modernos, nuevas tecnologías de producción, traer técnicos, ingenieros y gerentes del exterior para capacitar trabajadores argentinos y enviar técnicos, ingenieros y gerentes argentinos al exterior para que se capaciten. Todo esto son importaciones que hay que pagar con divisas que se obtiene con las exportaciones.
Entonces, para aumentar el PIB per cápita hay que exportar e importar mucho más. Por esto es que en el mundo ya quedó en el pasado este modelo de crecimiento nacional y popular de restringir el comercio exterior para agrandar el mercado interno. Ya no se discute de que el crecimiento económico viene de la mano del comercio exterior. Aquí todavía se está rediscutiendo algo que en el mundo quedó perimido hace 30 años.
El comercio exterior no sólo ayuda a aumentar la productividad vía importaciones de bienes de capital, tecnología y conocimiento. También induce a aumentar la productividad porque los mercados internacionales son muy exigentes en términos de calidad y costo.
Cuando un país exporta mucho y diversificadamente significa que ha desarrollado mucha eficiencia en todos los órdenes de su sociedad: en educación y capacidad de absorción de innovación; en sus instituciones pro-competitivas, laborales, tributarias, ambientales, de derechos de propiedad; en la cultura de su población, entre otras dimensiones. Es decir, si tiene mucho comercio exterior es porque es una sociedad más sofisticada.
Pero no es fácil ponerse a exportar e importar mucho para hacer crecer el PIB per cápita y así el salario real. No es fácil porque se requiere un Estado financieramente ordenado y profesionalizado en su gestión.
En estos últimos 10 años, mientras que el PIB per cápita cayó 13%, la emisión monetaria para financiar el déficit fiscal creció 2.200%. O sea, hay menos bienes por cada boca que alimentar y además hay 22 veces más de billetes. Por esto es que la inflación entre el 2011 y el 2021 fue de 2.000%.
Con una inflación de este nivel hay muy poco financiamiento y sólo de corto plazo. Esto significa que no hay planes de inversión a mediano plazo que son los que diversifican las exportaciones y aumentan la productividad. Si además el Estado no está profesionalizado, como lo demuestra la aspiración de frenar la inflación del 2.000% con controles de precios y “aprietes” a empresas, la productividad va a seguir cayendo y, con ello, el salario real.
Este proceso de caída de la productividad (ergo, del salario real) es lo que provoca la decadencia argentina general y el aumento de la pobreza y la desigualdad.
El Economista