El combo de aceleración inflacionaria, atraso cambiario con brecha y crecientes restricciones a las importaciones pusieron fin al rebote pospandemia
- La erosión inflacionaria del salario real (caída de 3,5% en 2022) afecta el consumo, la incertidumbre (riesgo país en más de 2.000 puntos básicos y tasa de interés efectiva superior a 100%) y las trabas a las compras del exterior impactan sobre la inversión, el atraso y brecha cambiaria golpea a las exportaciones y la falta de insumos a la producción.
Como en economía las causas y las consecuencias no suelen ser contemporáneas, los anabólicos para estirar el rebote desde el “plan platita” de mediados de 2021 (y el descalabro fiscal sostenido del primer semestre del 2022) sirvieron para inflar el crecimiento de 2022 a costa de duplicar la inflación, ampliar la brecha y pulverizar las reservas.
Como el efecto expansivo es transitorio, en 2023 quedan sólo los costos, pero sin los beneficios del crecimiento.
- La inflación oscila en torno al 6% mensual (la estacionalidad y alguna represión vía controles puede arrojar un mes de 5%, que al siguiente corregirá con 7%), limando poder adquisitivo y consumo.
- Las reservas netas se ubican por debajo de los US$ 4.000 M (menos de 1% del PIB y caen US$ 2.900 M desde diciembre): no habrá margen para relajar el cepo importador (insumos para la producción) y bajar la brecha (que subió casi 10 puntos en los últimos dos meses), afectando inversión y exportaciones.
- Con un déficit fiscal sostenido (en enero fue el mayor de los últimos 30 años, aunque afectado por la postergación de pagos de diciembre), no hay espacio para impulsos fiscales y monetarios sin agudizar la inestabilidad financiera.
- Por el lado de la oferta, la cosecha agrícola va a mostrar marcada reducción (podría ser la más baja en 15 años), afectando la producción y el balance cambiario.
Con este panorama resulta muy difícil pensar en un escenario positivo para 2023: con un arrastre negativo cercano al 1% que termina dejando el 2022, se proyecta para el año una caída anual en un valor similar, con caídas en el primer y cuarto trimestre y algún rebote efímero a mediados de año de la mano del ciclo electoral.
Lo peor es que el estancamiento es estructural, no responde sólo a la coyuntura. Argentina dejó de crecer en 2011.
La diferencia con las cuatro recesiones anteriores es que, esta vez, la aceleración inflacionaria no fue precedida por un salto discreto del tipo de cambio, sino que se combinó con un atraso cambiario reprimido por un cepo más riguroso: en año electoral, se prefiere recesión (y brecha y enchastre con tipos de cambio múltiples) antes que aceptar un deslizamiento más veloz de la paridad cambiaria.
Pero la inflación siempre es protagonista e increíblemente no solo el foco no está puesto en reducirla, sino que muchos todavía discuten su origen, causas y consecuencias. Así, será muy difícil revertir este período de crisis recurrentes que una y otra vez nos golpean y deterioran cada vez más a la sociedad.