La noche, ese espacio del día tan imprescindible para dormir, se hace más y más larga. Dormir es saludable, pero si el sueño lleva más tiempo del necesario, nos priva de vivir. Así, Argentina en su fantasía eterna de demonizar las importaciones, resiste, sufre, y niega la cálida luz del sol y la integralidad del día, que es un todo. Nos quedamos en la largura de la noche, como cuando éramos chicos, tapados hasta la cabeza por si se aparece el cuco.
Argentina tiene una tasa muy baja de importaciones en relación a su PIB (15.1% cuando el promedio mundial es de 28%). Pese a ello, estamos siempre trabados en lucha y con la mira de la lupa sobre lo que compramos al exterior. Decir que las importaciones aumentaron (44% en lo que va del año), no es falto de verdad, pero es incompleto. Las exportaciones también han aumentado (27%), y el saldo de la balanza comercial sigue siendo favorable. Me gustaría destacar dos razones por las cuáles importar debe ser visto como una parte del todo.
La primera es que después de un difícil 2020 donde el PIB cayó 9.9%; el año pasado (+10%) y éste (pronóstico: +3.6%), son años de recuperación económica. La Argentina cuando crece necesita de sus importaciones (en promedio históricamente ocho de cada diez dólares van a producción). Por ejemplo, el año pasado la importación de Bienes de Consumo no llegó ni siquiera al 12% de las importaciones totales. Otro punto que es crónico es que el crecimiento del país enciende las importaciones, y en esos momentos no contamos con condiciones estables fijadas de antemano para aumentar aún más las exportaciones. Pronto nos vamos quedando sin nafta, lo que se conoce como estrangulamiento (autoinfligido) del sector externo. Empezamos a mirar como enemigo a las compras pero no a nuestra incapacidad de vender mejor.
La segunda es mirar más simplemente las cosas: la economía funciona a través del principio de división del trabajo. Trabajamos en eso que hacemos bien para conseguir con nuestro salario lo que otros hacen más productivamente que nosotros. Resistirse a importar es como resistirnos a ir al supermercado. Lo que tenemos que hace es engordar el salario (léase exportaciones). Pero no, trabajamos a media máquina y salimos del supermercado para quedamos mirando con lamento angustiante el ticket cargado de productos indispensables,.. viendo si podemos comprar menos detergente o papel higiénico. Casi es milagroso que las exportaciones aún suban pese al castigo que significa, que subsistan derechos de exportación en varios rubros (como los automotores) y un Banco Central que se queda con casi la mitad del valor que tiene en la calle cada dólar exportado.
La demonización de importaciones es una pintura de sentimiento nacionalista desmedido que impide ver a los consumidores el fondo del cuadro. Allí se esconden desequilibrios económicos de los que no nos ocupamos (como la emisión desmedida, el gasto público estéril, y la incapacidad de generar clima exportador) e intereses de sectores que hacen lobby para proteger sus intereses. Los consumidores -que no estamos organizados con el mismo poder- terminamos pagando varias veces el precio al que podríamos acceder a un bien en cualquier parte del planeta.
A nadie importa nuestras medidas restrictivas. Son nanoscópicas para la economía global. Nadie nos va a vender más barato ni ningún precio internacional va a bajar. El mundo sigue girando, mientras seguimos dormidos imaginando un cuco que viene de afuera, cuando para verlo basta mirarnos al espejo.
Por Diego Dumont –DMF Comercio Exterior