Gonzalo Pérez Corral, country manager de una aerolínea ultra low cost de Sudamérica, explica cómo la combinación de pasajeros y carga aporta agilidad a la logística nacional

“El transporte aéreo se democratizó, se desmitificó la idea de que volar es un privilegio de pocos”, afirma Gonzalo. En esta nota, analiza la transformación del transporte aéreo en el país, su aporte logístico en distintos frentes, los desafíos de conectividad y el horizonte de sostenibilidad que marcará los próximos años.

¿Qué relevancia tiene el transporte aéreo de cargas en Argentina y cómo se complementa con el de pasajeros?

Tenemos un mix de pasajeros y carga. Originalmente, en Argentina predominaba el negocio de pasajeros, pero se fue sumando el sistema de cargas tercerizado. Se suelen mover kilos en la red doméstica e internacional. El avión tiene esa ventaja: en pocas horas un envío puede salir de Buenos Aires y estar en Salta.

Ahora bien, creo que el transporte aéreo de cargas en cabotaje podría ser aún mejor. Falta una mayor red de conexión entre ciudades del interior que no dependa siempre de Buenos Aires. Hay muchas localidades grandes que solo se conectan con la capital o, en algunos casos, con Córdoba. Ese es un desafío pendiente para desarrollar un negocio carguero más fuerte.

¿Cómo impacta en el país el modo aéreo dentro de la logística nacional?

Respecto a la contribución que hacemos en el día a día a la logística, más allá del traslado de pasajeros —que muchas veces llevan cosas o van a hacer trámites—, también está el agregado de la carga. Un ejemplo muy claro son los periódicos: si uno los despachara en camión desde Buenos Aires, llegarían al interior después del mediodía y la noticia ya estaría vencida. Vía aérea, en cambio, llegan en horario.

Además, tenemos la obligación de trasladar órganos para trasplantes, como hígados o córneas. No es ni carga ni pasajero, pero es un servicio vital que debemos cumplir en tiempo y forma. Entonces, la aviación aporta mucho a la logística nacional en distintos frentes, desde la paquetería hasta urgencias médicas.

¿Cuál es tu mirada sobre la situación actual de la infraestructura aeroportuaria?

El panorama es disímil. Buenos Aires, por ejemplo, tiene un aeropuerto grande y bien preparado, con espacios para crecer. Aeroparque funciona bien, aunque con limitaciones. En el interior hay casos donde se invirtió, como en Córdoba o Ushuaia, y ofrecen buena infraestructura. Pero también hay aeropuertos que necesitan mucha inversión.

Algunos destinos como Mendoza, Salta o Bariloche crecieron mucho después de la pandemia, pero sin una mirada integral de largo plazo. Mantener tantos aeropuertos en el país es complejo, y se requiere inversión inteligente, flexible y fácil de recuperar, pensada no solo para los pasajeros sino también para quienes operamos en el “detrás de escena”.

¿Qué relevancia tiene la sostenibilidad en la aviación?

Es clave por las emisiones de CO2. Los fabricantes y las aerolíneas buscan reducirlas con aeronaves nuevas que consumen menos combustible. Hay iniciativas como el reciclaje de productos a bordo o campañas de concientización.

A nivel mundial, los aviones nuevos ya salen de fábrica cargados con combustible no fósil en su primer vuelo. En Sudamérica todavía es incipiente, pero tarde o temprano llegará. El eje de sostenibilidad está muy presente y debemos seguir fomentándolo.

¿Cómo es la situación de los vuelos internacionales desde el interior?

Ha ido creciendo, más que nada por circunstancias del mercado. El tipo de cambio hizo que para muchos del interior sea más barato viajar a un país vecino que dentro del propio país. Eso impulsó una mayor oferta en aeropuertos como Mendoza, Córdoba, Salta o Bariloche, que hoy tienen más vuelos regionales.

El pasajero del interior viaja más al exterior y también se reciben turistas de países limítrofes. La limitación siguen siendo las tasas de embarque, que pesan mucho en vuelos cortos y encarecen el ticket.

¿Qué cambios viste en el transporte aéreo en los últimos años?

El dinamismo del sector se mide mucho por el ambiente político, pero también por los cambios tecnológicos y el comportamiento de los pasajeros. Desde el 11 de septiembre de 2001 cambió toda la seguridad aeroportuaria, y en la pandemia se transformaron los hábitos de viaje.

Hoy la gente viaja más seguido y aparecen las escapadas de fin de semana, algo que antes era impensado. El transporte aéreo se democratizó: el costo del ticket pasó a ser un porcentaje menor del viaje. Eso genera un dinamismo extra que nos mantiene muy ocupados.

¿Qué impacto tuvieron las aerolíneas “low cost”?

Llegaron a Argentina después de consolidarse en otras partes del mundo. Para el pasajero, la experiencia es similar: se sube a un avión certificado y seguro. La diferencia está en la eficiencia de la estructura y en cobrar solo por lo que se usa. La venta directa por web, la reducción de costos y ciertos cuidados permiten ofrecer tarifas más accesibles.

Eso democratizó el acceso a los aviones. Mucha gente que nunca había volado se animó. Se desmitificó la idea de que volar es un privilegio de pocos. Fue muy positivo porque trajo más pasajeros y más movimiento al sector.

¿Qué es lo que más te apasiona de esta industria?

Primero, la adrenalina. El transporte aéreo es fascinante, no hay un día igual a otro. Está lleno de circunstancias que te exigen buscar soluciones todo el tiempo. Además, es una industria dinámica que permite aprender constantemente, no solo en lo operativo y comercial, sino también en el ámbito político y en la gestión de personas.

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