El próximo gobierno nacional deberá modificar el nefasto sesgo antiexportador que el kirchnerismo acentuó y agravó mediante el cepo cambiario
Las políticas anunciadas por el presidente electo, Javier Milei, generan expectativas positivas respecto de recuperar la participación en el comercio mundial que alguna vez tuvo la Argentina. El desafío no es menor. Desde un 2,4% en 1940 se cayó a un 1,3% en 1953 y el descenso continuó hasta un 0,34% en 2022. La esporádica instrumentación de políticas de apertura y de impulso al comercio internacional fue incompleta y siempre revertida.
El fenómeno de declinación del comercio ha jugado tanto para las importaciones como para las exportaciones. Desde hace décadas viene mermando el número de empresas que venden habitualmente bienes o servicios desde la Argentina al resto del mundo. Esto sucede mientras ocurre lo contrario en otros países de la región. En los últimos 15 años, el número de empresas exportadoras se ha reducido a la mitad. Las 7132 registradas en nuestro país se comparan con las 25.400 de Brasil, las 33.000 de México y las 11.400 de Colombia. La Argentina ocupa el lugar 44º en el ranking de exportaciones de manufacturas y el 54º en el de servicios.
Esta deficiente performance, causada por factores estructurales de larga data, suma otros más recientes como la falta de modernización de las estrategias frente al cambio de las modalidades en el comercio internacional. En una nota publicada recientemente en LA NACION, Marcelo Elizondo señalaba las tendencias actuales hacia una mayor orientación del comercio según propósitos geopolíticos en detrimento de la universalidad y el multilateralismo. También en los productos de mayor valor agregado está cobrando mayor importancia el apoyo de la empresa exportadora por sobre el precio. La capacidad y velocidad de introducción de nuevos criterios requiere continuidad y plena libertad para comerciar sin trabas regulatorias ni cambiarias. La dedicación que los gerentes de las empresas exportadoras debieran aplicar a observar la evolución de las modalidades y los avances tecnológicos en las operaciones comerciales en el mundo está afectada por las innumerables trabas y deformaciones impuestas por los gobiernos.
La participación de la Argentina en el comercio mundial cayó del 2,4% en 1940 al 0,34% en 2022
El comercio internacional es un camino de doble vía. Aquellos países que han potenciado sus exportaciones son los que más se han abierto al mundo. Han eliminado sus barreras proteccionistas y son los que muestran también una elevada relación entre sus importaciones y el producto bruto interno. Son los que no se atan a las superadas teorías mercantilistas alimentadas por un mal entendido nacionalismo, habiendo comprendido y sostenido los clásicos postulados de David Ricardo y Adam Smith.
La Argentina se inició en estos desvíos a partir de la crisis mundial de los años 30. El advenimiento del populismo en la siguiente década puso un sello definitivo a políticas proteccionistas y antiexportadoras. El crecimiento industrial que se venía operando selectiva pero eficientemente se volvió ineficiente. Además, lo hizo a costa de afectar el desarrollo de sectores más productivos, como el campo, mediante cargas impositivas, derechos de exportación y altos precios relativos de insumos y maquinaria. La notable introducción de nuevas y beneficiosas tecnologías, como la siembra directa y las mejoras genéticas, fueron una destacada respuesta del sector para contrarrestar esas fuerzas destructivas.
Las distorsiones creadas con más intensidad a partir de los años 40 se fueron consolidando al evolucionar la economía hacia una estructura fuertemente corporativa. Con esa misma orientación se organizó el trabajo en sindicatos únicos bajo una legislación rígida y conflictiva. El Estado se agigantó y trasladó su costo e ineficiencia al sector privado. Los servicios públicos estatizados afectaron aún más la competitividad y la capacidad de exportar. El recurrente control de cambios, con sus arbitrarias y frecuentes modificaciones, hizo imposible cualquier intento de mantener mercados externos. Los tipos de cambio múltiples, manipulados a la medida, impusieron el lobby y sembraron la corrupción. Todas estas circunstancias demolieron nuestra capacidad exportadora.
Milei deberá desmontar el absurdo y enredado control de cambios, y las intervenciones arbitrarias y discrecionales en el comercio exterior
El triunfo de Javier Milei abre una expectativa de cambio. Sus propuestas se orientan a modificar el nefasto sesgo antiexportador que en los últimos años impuso y acentuó el kirchnerismo, agravándolo con el cepo cambiario. Deberá Milei desmontar el absurdo y enredado control de cambios y las intervenciones arbitrarias y discrecionales en el comercio exterior. La apertura deberá graduarse y acompañarse con una reducción de la carga impositiva que actualmente deja fuera de competencia a empresas productivas de manufacturas que, por ese motivo, reclaman protección mediante elevados derechos de importación. De más está decir que todo está subordinado a una efectiva reducción del gasto público en todos los niveles de gobierno. En consonancia, será también imprescindible reducir el costo del financiamiento haciendo caer el riesgo país junto al combate contra la inflación y el mejoramiento de la seguridad jurídica.
La competitividad, como condición necesaria para volver a ser un país exportador, se apoya no solo en un eficiente uso del capital y un aumento de la inversión, sino también en el necesario mejoramiento de la productividad laboral. Sin duda, este será uno de los frentes de acción más desafiantes para el nuevo gobierno. Después de décadas de una prédica construida sobre la preservación del poder sindical a la luz de una falsa protección de derechos del trabajador, deberá instrumentarse un marco jurídico que efectivamente genere un aumento del salario real y que proteja contra el desempleo sin necesidad de hacer del despido un evento infranqueable y destructivo para el empleador. No podemos seguir alimentando la industria del juicio y minando la empleabilidad.
La situación económica y social es extremadamente grave. Arrastramos una altísima inflación y planificar una supresión de distintos subsidios no debería crear confusión sobre qué políticas y responsabilidades están detrás de esas circunstancias. Las presiones nacidas del resentimiento y el revanchismo ya han comenzado a hacerse sentir. Se requerirá no solo mucha franqueza, sino sobre todo mucha docencia para que prime una mayoritaria respuesta social de colaboración por encima de actitudes combativas alimentadas por quienes verán evaporarse sus privilegios y rentables nichos.
Fuente: La Nación