El drama del aumento de la pobreza estructural, del 20% en 2001 al 30% en la actualidad, convierte a parte de la sociedad en rehén de paliativos que, a su vez, aumentan su fragilidad
Hace unos días, el Banco Central anunció una medida que perjudicaba a las billeteras virtuales como Mercado Pago. Esto generó una revolución de incertidumbre entre todos los no bancarizados, especialmente los más jóvenes y aquellos que no tienen la posibilidad de acceder a la cuenta sueldo, que es sin costo.
Sergio Massa, como ministro de Economía, por supuesto que estaba al tanto de la medida. Pero, como si fuera un salvador, salió raudo a grabar un hermoso video donde dice más o menos que cómo puede ser que a alguien se le ocurra eso. Como una suerte de verdugo por detrás, y salvador por adelante, Massa borró con la palabra una medida a la que adhirió (¿alguien sigue creyendo que el Banco Central es independiente?), ya que son 4 millones de personas (léase votos) los que están adheridos a la billetera electrónica. El problema es que, por ahora, la medida sigue vigente.
Este péndulo entre beneficio, daño, beneficio, daño, se ve en otras dinámicas. El tema es que siempre el daño es mucho mayor al beneficio. Por ejemplo, la humillación que significa para una persona con el cargo de funcionario público entregar su tarjeta de débito (a uno o más “chocolates”) para que desde el Estado le roben su sueldo habla de la operatoria miserable e impune que reina en la política argentina.
Secuestrados por la política
Hace décadas que la política argentina podría compararse con el secuestrador de los ciudadanos con la esperanza de que contraigan una suerte de síndrome de Estocolmo, aquel por el cual el rehén mantiene un vínculo afectivo con su captor. La pobreza genera dependencia de un Estado que no brinda las condiciones de crecimiento que se necesitan para ser solventes, pero brinda lo justo para sobrevivir.
El plan “platita” es una droga que se da en pequeñas dosis; da satisfacción inmediata a cambio de la debacle en el mediano y largo plazo. Unos $20.000 en el bolsillo, por ejemplo, proporcionan un alivio para el día, pero se paga con más inflación, con ingresos que se caen a pedazos. Es caro venderle el alma al diablo.
La pregunta es, ¿por qué se cae en la trampa? ¿Por qué se vota la continuidad de un sistema que está probado que estimula la situación de pobreza? La respuesta no es fácil de digerir: la pobreza estructural aumentó en la Argentina. Es crónica, sin salida, sostenida y dolorosa.
Consultado por LA NACION, Agustín Salvia, al frente del Observatorio de la Deuda Social Argentina (ODSA), confirma: “En 2001, antes del estallido de la crisis, la pobreza estructural crónica no superaba el 20% de la población urbana. En 2015 esta situación afectaba al 25%. Y luego de la crisis financiera y sanitaria de 2018-2023, las privaciones estructurales crónicas ya tienen como piso un 30%”.
Ya no se trata de una franja de la sociedad que entra o sale de la pobreza de acuerdo a unos puntos de inflación, sino de generaciones estancadas en necesidades insatisfechas y, lo que es peor, sin perspectiva de futuro, de trabajo, de proyectos ni crecimiento.
Hoy, la pobreza en la Argentina alcanza al 45% de la población, según ODSA, que analiza que, sin contar los planes, llegaría al 55% de la población. Casi el 22% de la población está desarrollando trabajo de indigencia, de subsistencia. El desempleo real en la Argentina no es del 6,3%, sino alrededor del 29%.
No se puede evitar pensar que hay algo de vagancia en la política argentina. O, lo que es peor, de maldad. Un bono, que debe pagar alguien que también está “en la lona”, es fácil de adjudicar. Más eficiente sería, por ejemplo, bajar los costos laborales no salariales para que se reactive el mercado de trabajo, ajustar las leyes relacionadas con el mercado laboral para que más pymes se animen a tomar gente, o incentivar y facilitar la cultura del microcrédito para que un sueño pueda convertirse en una oportunidad.
A fines de los años 80 se estrenó la película “Las puertitas del señor López”, con Lorenzo Quinteros, Mirta Busnelli, Katjia Alemann y Darío Grandinetti, entre otros. Estaba basada en una historieta que contaba la fantasía de un hombre maltratado, que escapaba de su realidad tras abrir puertas reales que daban paso a un mundo imaginario.
Las puertas, hoy, se llaman “platita”, tarifas, subsidios, empresas públicas, bonos, entre tantas. En conjunto, una fantasía para evadirse de una dura realidad hasta ahora sin salida.