La Argentina pierde oportunidades para colocar sus productos con un precio más conveniente a causa de las restricciones y aranceles que van a contramano de la operatoria del mercado global
Los negocios internacionales se sofistican. Las cadenas globales de valor son ya ecosistemas formados por empresas (productores, abastecedores, comercializadores), inversores, financiadores, inventores y prestadores de servicios complementarios (en arquitecturas vinculares supra fronterizas). Y que funcionan sobre diversos soportes. Uno es el marco institucional.
Los países avanzan en acuerdos internacionales de apertura reciproca (hay en vigencia 355 según OMC). Mas de la mitad, celebrados en el corriente siglo XXI.
La enorme mayoría de los negocios internacionales (comercio de bienes y de servicios, inversión extranjera directa, flujos de financiamiento productivo, intercambio de datos con valor económico, migraciones y telemigraciones) ocurre entre países integrados por estos instrumentos. De todo el comercio internacional planetario (28 billones de dólares), alrededor de 60% tiene lugar entre países que han abierto recíprocamente sus mercados. Y un 10% adicional ocurre entre países que redujeron sus aranceles por políticas específicas. Así, un 70% del todo el flujo comercial entre países se ha favorecido por preferencias arancelarias.
Pero la Argentina solo ingresa a mercados con preferencias con 23% de sus exportaciones de bienes (si se suman los servicios, el porcentaje se reduce a 20%). Ello supone una gran desventaja comparando con nuestros competidores. En el planeta la carga arancelaria ha dejado de ser el mayor obstáculo (en 30 años el arancel promedio global se redujo desde 15,5% a 5,1%; pero más de dos tercios de los países comercian atravesando tarifas arancelarias inferiores a ese promedio).
Argentina (y el Mercosur) no ha acompañado el proceso y, mientras nuestras exportaciones pagan más elevados aranceles de acceso a mercados, también nuestra economía se cubre con un arancel promedio (para importaciones) que ronda 12% (el doble del promedio latinoamericano). Y a ello deben agregarse nuestras costosas restricciones cuantitativas a las importaciones (que reducen capacidad de acceso a tecnología, bienes de capital o insumos calificados).
Además, nuestro país, pese a haber adherido al Tratado de Facilitación de Comercio de la OMC, no ha avanzado en su implementación (se estima que las acciones dirigidas a la facilitación reducen costos en entre 10% y 15%). Mientras, la mala reputación financiera de nuestro país agrega costos de financiamiento a las empresas en más de 20% comparado con los competidores.
Pero ahora hay algo sustancial adicional: en el planeta ya no se tiende a celebrar meros pactos de reducción arancelaria (Free Trade Agreements), a los que refiere la OMC como Preferencial Trade Agreements (PTA); sino que ya proliferan los nuevos “Deep Trade Agreements” (DPA). Explica un trabajo del Banco Mundial editado por A. Mattoo, N. Rocha y M. Ruta que estos DTA no solo reducen costos arancelarios sino que (lo explica Pascal Lamy) ya la mitad de los acuerdos preferenciales vigentes en el mundo han creado confluencias regulatorias a través de las cuales se uniformizan condiciones cualitativas integradas (no arancelarias) para el comercio entre países socios (lo que reduce sustancialmente costos de adaptación, incertidumbre y gestión en el acceso a mercados).
Dicho de otro modo: con las nuevas tendencias (más integrales) las exportaciones argentinas están viendo agravados los sobrecostos “externos” (además de los domésticos), que pueden estimarse en alrededor de un tercio por encima del de sus competidores.
Fuente: La Nación