Shanghai es la ciudad más grande de China, con 25 millones de habitantes, y su puerto concentra el 17% del tráfico de contenedores y el 27% de las exportaciones del país, lo que le otorga un papel estratégico en el comercio mundial. Sin embargo, este gigante quedó parcialmente inmovilizado por la nueva ola de covid-19, lo que provocó el confinamiento total o parcial de decenas de localidades chinas.

Aún con la buena noticia del fin del confinamiento, anunciada esta semana, los efectos de este paro se pueden sentir durante meses y hasta 2023. Las restricciones impuestas por las autoridades chinas, entre otros obstáculos, impedían el acceso de camiones al puerto, lo que generó una acumulación de envases y una reducción de al menos un 30% en la productividad.

Además, no había trabajadores portuarios para controlar la entrada y salida de los barcos e inspeccionar la carga y descarga de bienes, lo que generaba una congestión de naves que esperaban su turno para atracar en el puerto. La situación, además de presionar las tarifas, ha afectado especialmente al transporte de cargas perecederas y refrigeradas que requieren cuidados especiales para mantenerlas intactas. Algunas empresas de la cadena de frío se vieron obligadas a desviar mercancías a otros puertos, con costos y dificultades adicionales.

Sumado a este “problema chino”, la continuación del conflicto en Europa del Este, que comenzó el 24 de febrero con la invasión de Ucrania por parte de Rusia, por mucho más tiempo de lo esperado, eleva el nivel de preocupación de todas las empresas comerciales internacionales. Aún sin solución a la vista, la guerra europea se convirtió en un factor más de desequilibrio en las relaciones entre los países, sin considerar las dudas sobre la posición de China en este enfrentamiento.

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