Mucho se ha escrito en estas últimas semanas sobre el Régimen de Incentivo a Grandes Inversiones (RIGI) incluido en la ley ómnibus. No abundaremos en detalles que han sido analizados en PERFIL y otros medios. El enfoque en este punto será, más bien, de fines y comparativo con la promoción realizada durante el gobierno desarrollista de Arturo Frondizi.
El RIGI, a primera vista, parece un régimen de promoción como otros. Sin embargo, comparado con la ley 14780 de 1958 y los regímenes especiales para petroquímica, siderurgia, celulosa y papel y otros, se advierten las diferencias. Cabe agregar que el desarrollismo llevó a cabo una política económica consistente, con todos los instrumentos destinados a promover las inversiones productivas, como, por caso, el sinceramiento cambiario con mercado único y libre.
El primer objetivo de aquella ley, que no discriminaba monto ni origen de las inversiones, no era una vaga alusión a la “prosperidad del país”, sino la sustitución de importaciones, luego incrementar las exportaciones, y todo a fin de promover “un racional y armónico crecimiento de la economía nacional”. Aquí radica la distinción filosófica al abordar de los problemas económicos y sociales del país.
Hoy, como en 1958, la Argentina necesita divisas para financiar su desarrollo y que hay tres formas de conseguirlas: con crédito, hoy cerrado, aumentando exportaciones y/o sustituyendo importaciones. Aquel gobierno optó por lo último. Las opciones no se excluyen entre sí, pero según el énfasis que se ponga en cada alternativa, serán los efectos económicos y sociales.
Frondizi decía en sus Diálogos con Félix Luna: “Un capital que viene a fortalecer la estructura agraria solamente (primaria diríamos hoy) e impedir el desarrollo industrial es un factor negativo”. En cambio, “cuando un capital extranjero instala en el interior una fábrica de equipos y máquinas, produce una primera consecuencia que es liberarnos de la importación de esos elementos, creando fuentes de trabajo y permitiendo que queden en el país salarios que ahora ganarán obreros y técnicos argentinos y que, de otro modo se pagarían a extranjeros”.
Hoy, como en 1958, la Argentina necesita divisas para financiar su desarrollo
Más allá de críticas centradas sobre el supuesto perjuicio al capital nacional y la posibilidad de remitir dividendos, no hubo dudas de que los objetivos de industrialización acelerada y ocupación, en muy buena medida, fueron logrados.
Los datos indican que, a partir de allí, la Argentina inició un período de crecimiento continuo récord. Solo comparable a la década del 1910, cuando recién se incorporaban nuevas tierras a la producción pampeana y casi no existía industria. Incluso economistas lejanos al frondizismo, como Di Tella o Gerchunoff y Llach, hablan de “sobreinversión” o “fiebre inversora”.
Para ver la magnitud del fenómeno, baste decir que las inversiones extranjeras, sin renta asegurada, fueron, según J.C. De Pablo, entre 1959 y 1961, 37 veces las autorizadas en los dos últimos años de Perón y 12 veces las autorizadas entre 1956 y 1957
El camino de sustituir importaciones y agregar valor a las exportaciones es más arduo y sofisticado que la mera depredación minera, típica de países subdesarrollados. Además, el modelo sustitutivo requiere intervención estatal para establecer los sectores hacia donde irá la inversión, la generación de valor agregado, el empleo local, la reinversión de utilidades y la transferencia de tecnología, sin dejar de lado los objetivos sociales. Todo ello por ahora se encuentra ausente en el RIGI.
Oscar Garay* (Perfil)
* Director del Centro de Estudios para el Desarrollo.