Uno de los pilares principales del actual plan económico es el incremento de las exportaciones como motor de reactivación y estabilización del programa macroeconómico. Las exportaciones generan empleo privado calificado, ingresan divisas genuinas, impulsan el desarrollo federal y reaseguran fuentes de recaudación impositiva indispensables para financiar el gasto público.

Pero el valor del tipo de cambio oficial no es el único factor que incide en la competitividad. En los últimos años hemos experimentado un sinnúmero de intervenciones que, mes a mes, afectaron directamente el resultado del comercio exterior: brecha cambiaria, cepo, impuesto PAIS, retenciones a las exportaciones, tipos de cambio diferenciales por industria, períodos en los que se fijaron cambios especiales para incentivar liquidaciones, fijación de cupos de exportacióncierre de importacionespermisos especiales restricciones para disponer dólares para importar, han sido solo algunas de las técnicas de intervención sobre el comercio exterior.

El resultado acumulado de todas esas regulaciones ha sido un real descalabro que hizo totalmente incierta la operación de nuestros exportadores e importadores.

Otro factor que incide sobre la competitividad de nuestro comercio exterior es el nivel de presión impositiva y previsional que acumulan los bienes y servicios que producimos. Se suma a esto la falta de acuerdos de doble tributación con gran parte de los países con los que comerciamos o podríamos comerciar, lo que grava adicionalmente el resultado de los contratos. Esta carga fiscal incide directamente sobre el precio final de nuestras exportaciones y constituye una fuerte asimetría respecto de otros países referentes.

Además, no jugamos solos en los mercados mundiales. Vivimos en un contexto internacional donde los países perfeccionan sus políticas públicas para atraer a las industrias más productivas y radicar sus inversiones.

Un ejemplo de tal agresividad lo acaba de dar Uruguay que ha creado un régimen de radicación de empleo libre de cargas sociales, con tasas preferenciales de impuesto a la renta, para fomentar la localización en su territorio de profesionales y técnicos vinculados a las tecnologías de la información. Si bien la nueva normativa está abierta al talento de cualquier lugar del mundo, es evidente que los profesionales argentinos son los primeros candidatos buscados por la estrategia uruguaya.

Nuestra política pública debe entender con cuales herramientas se juega en los mercados globales y actuar en consecuencia. La real competitividad de un país es el resultado sistémico de todos los factores que inciden en la composición de su oferta. La experiencia indica que pretender regular el nivel de competitividad interviniendo exclusivamente en el tipo de cambio siempre ha resultado mal.

Hoy se abre una nueva oportunidad para reposicionar Argentina en el mundo, tomando provecho de los potentes activos sociales que disponemos para ser competitivos en los segmentos más sofisticados del comercio mundial. Uno de esos campos lo conforman la biotecnología, la informática, las ingenierías, las industrias culturales, los servicios profesionales y todas las disciplinas de la economía del conocimiento, que pueden triplicar el valor actual de sus exportaciones -U$S 8 mil millones-, y duplicar el nivel de empleo, que hoy alcanza a casi 500 mil puestos.

Estos logros dependerán de poder remover las causas estructurales que afectan nuestra capacidad exportadora. En cambio, pretender resolver el cúmulo de desajustes de nuestro comercio exterior con la imposición de un determinado valor del tipo de cambio es repetir una fórmula que, a todas luces, ya ha resultado ineficaz. Cualquier precio arbitrario que se fije no será sustentable y creará la falsa ilusión de que no es necesaria la resolución de los bloqueos que afectan la base de nuestra competitividad.

En momentos que un nuevo gobierno plantea como premisa del Pacto de Mayo la “apertura al comercio internacional, de manera que la Argentina vuelva a ser una protagonista del mercado global”, es indispensable atacar las causas profundas de nuestro estancamiento. De nosotros depende.

Director Ejecutivo de Argencon (El Cronista)

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