La escalada arancelaria más agresiva de los últimos años entre Washington y Beijing llegó a una pausa racional: se frenó una de las medidas que amenazaba con encarecer el flujo comercial global más activo del mundo. Al menos durante un año se suspenderán los recargos portuarios recíprocos que instrumentaron China y Estados Unidos.
La tregua aplica tanto a los cargos que Estados Unidos había impuesto a buques de bandera china como a las tarifas espejo que China había establecido para embarcaciones estadounidenses. Es una señal modesta de que todavía hay espacio para la negociación en medio del caos.
Una guerra que ya pasó factura
Para entender el alcance de este acuerdo hay que retroceder apenas unas semanas. En febrero, la administración Trump anunció una serie de medidas destinadas a “nivelar el campo de juego” con China. Entre ellas, un recargo de US$ 1 por tonelada de registro neto para todos los buques de bandera china que tocaran puertos estadounidenses.
La respuesta de Beijing llegó en cuestión de días e implementó un cargo equivalente para buques de bandera estadounidense.
Pero el efecto simbólico estaba ahí. Si ambos países seguían por ese camino, el siguiente paso lógico era extender esos recargos a buques de terceras banderas que operaran rutas entre ambos mercados. Y ahí sí, el impacto sobre el comercio mundial hubiera sido considerable.
El problema de fondo
El acuerdo alcanzado entre los presidentes Xi Jinping y Donald Trump —según fuentes oficiales citadas por The Loadstar— congela por 12 meses estos recargos portuarios. Es decir, no los elimina. Los suspende.
O sea, pueden volver a aplicarse. Por ejemplo, si en algunos meses alguna de las partes considera que la otra no está cumpliendo con el espíritu del acuerdo, o si Trump simplemente decide que necesita presionar más, los cargos pueden reactivarse con un chasquido de dedos.
Para las navieras, esto genera un alivio momentáneo. El problema persiste. Porque lo que paraliza la planificación no es tanto el monto del recargo —un dólar por tonelada de registro neto es relativamente manejable— sino la imprevisibilidad. No saber si mañana ese dólar serán diez, o si aparecerá algún otro cargo administrativo inventado sobre la marcha.
Cautela
Desde el sector marítimo, la reacción fue de alivio contenido. Varios ejecutivos consultados por medios especializados reconocieron que cualquier pausa en la escalada es bienvenida, pero advirtieron que esto no cambia el escenario de fondo: la relación comercial entre las dos mayores economías del mundo sigue siendo profundamente inestable.
Un directivo de una naviera con rutas transpacíficas señaló que “suspender no es resolver”. Y tiene razón. Porque mientras los aranceles generales sobre productos chinos siguen en pie —en muchos casos se han incrementado—, este acuerdo puntual sobre recargos portuarios es apenas un parche en una herida mucho más profunda.
Además, hay otro tema que preocupa: qué pasa con los buques de terceras banderas. Porque la inmensa mayoría de los portacontenedores que operan entre China y Estados Unidos no son de bandera china ni estadounidense. Son panameños, liberios, de Marshall Islands, de Hong Kong.
Este acuerdo no los menciona explícitamente, y esa ambigüedad genera dudas.
El precedente que nadie quería
Este episodio dejó en claro lo rápido que pueden multiplicarse las fricciones cuando dos potencias deciden jugar al límite. Los recargos portuarios no estaban en la agenda de la guerra comercial hasta que alguien decidió ponerlos. Y una vez que aparecieron, obligaron a la contraparte a responder. Acción, reacción, escalada.
El comercio marítimo internacional funciona sobre la base de costos relativamente predecibles. Las navieras calculan fletes considerando combustible, costos operativos, tarifas portuarias, seguros. Cuando uno de esos ítems se vuelve una variable política que puede cambiar de un día para otro, todo el modelo se desestabiliza.
Y lo que pasó acá puede replicarse en otros frentes. Porque si Estados Unidos y China pueden imponer recargos portuarios de la nada, ¿qué impide que mañana aparezcan cargos sobre el uso de canales de navegación, o tarifas especiales para buques que hayan tocado puertos de países “no amigables”?
El precedente está. Y eso preocupa.
El impacto en terceros mercados
Para los países exportadores que dependen del acceso a ambos mercados, esta volatilidad es un problema enorme.
La imprevisibilidad afecta a todos los que operan en rutas relacionadas, a todos los que necesitan planificar embarques con meses de anticipación, a todos los que dependen de cadenas de suministro estables.
Argentina, por ejemplo, exporta soja a China y carne a Estados Unidos. Ambos mercados son críticos. Si la guerra comercial entre ambos se intensifica, si aparecen más barreras, si los costos logísticos se disparan por medidas recíprocas como estas, el impacto llega. Porque los fletes suben, porque las navieras ajustan rutas, porque la incertidumbre se traslada a toda la cadena.
En definitiva, esto no es un caso de estudio de Relaciones Internacionales, es política aplicada a los negocios de todos los días. Quien crea que es abstracto tardará en entender por qué su negocio puntual está afectado. Porque esto equivale a contenedores que se encarecen, a servicios marítimos que se cancelan o se modifican, a tiempos de tránsito que se extienden porque los buques buscan rutas alternativas para evitar sobrecostos.
Fuente: Trade News

