La globalización tal como la conocíamos desde los años noventa ha muerto. Los acontecimientos del último trienio, con dos potencias mundiales en creciente disputa, han incrementado la relevancia de nuevos vectores en la agenda de política internacional, tales como la estrategia de desarrollo regional, la seguridad militar, alimentaria, energética, ambiental, sanitaria y cibernética, la inteligencia artificial y la resiliencia de las cadenas de aprovisionamiento. Frente a esta nueva realidad, el desafío para nuestro país es transformar estas megatendencias en “megaoportunidades”. Para lograrlo, la política exterior debe tener dos objetivos excluyentes: generar más y mejor calidad de empleo e incrementar las exportaciones, a través de una estrategia de inserción productiva internacional.

Los problemas de abastecimiento y las disrupciones en los sistemas de producción globales, que se han puesto en evidencia en los últimos tres años, han llevado a que diversas empresas y gobiernos comenzaran a considerar los riesgos para determinadas actividades estratégicas. Algunas de las principales potencias mundiales pusieron en marcha importantes iniciativas orientadas a “traer de regreso a casa” procesos productivos prioritarios. Del mismo modo, el sector privado ha comenzado a desarrollar acciones tendientes a reorientar tareas hacia países que, por las características de sus sociedades, sus sistemas políticos o su ubicación geográfica, aparecen como más confiables. Es aquí donde la relación estratégica Argentina-Brasil cobra un nuevo vigor a partir de intereses muy concretos, como el desarrollo energético y la infraestructura física y digital.

Así como en el mundo de las últimas décadas nuestra América Latina perdió relevancia relativa frente a economías emergentes que ofrecían ventajas en materia de crecimiento y costos (como fueron los casos de Europa del Este o Asia Oriental), ahora el contexto político y económico global nos genera nuevas oportunidades. Ya no solo por la radicación de inversiones y la creación de comercio vinculadas a la dotación de recursos humanos y naturales, sino por ser una zona de paz sin conflictos militares o religiosos.

Este escenario nos plantea la necesidad de ingresar en una nueva etapa superadora. Tanto para avanzar hacia una inserción internacional más sólida y permanente en los sectores productivos como para implementar una política agresiva que capte una parte relevante de estas nuevas corrientes de inversión en sectores como los servicios profesionales y del conocimiento, la energía, los alimentos naturales, la minería sustentable y la industria 4.0.

Pero aquí no debemos detenernos, sino avanzar en actividades más recientes con alto dinamismo: energías alternativas, electromovilidad, nueva minería, servicios ambientales, inteligencia artificial, biotecnología, comunicaciones e industria satelital, entre otros.

Desde nuestro trabajo en la ciudad de Buenos Aires, ya estamos ocupándonos de adelantar estas megatendencias a las necesidades de nuestra población. Así, nos hemos planteado como desafíos reducir la emisión de dióxido de carbono en el transporte, el financiamiento de la infraestructura del futuro, los nuevos empleos y el desarrollo exportador. Estos son algunos de los vectores que se insertarán de forma más amplia en una próxima agenda nacional. Para lograrlo, la Argentina necesita poner en marcha un plan de estabilización y crecimiento, respaldado por leyes que le brinden permanencia en el tiempo y un equipo solvente con capacidad de implementarlo. En una economía que se enfrenta a crisis recurrentes, resulta quimérico poder contar con una inserción internacional exitosa. Para ello es preciso recuperar la confianza doméstica, que solo se logrará con un sólido respaldo político al programa integral a implementarse a partir del 10 de diciembre.

Nuestro país requiere tener un mercado de valores dinámico, cuentas fiscales balanceadas –con menor gasto público y menores impuestos– y una moneda confiable –sin cepo ni tipos de cambio diferenciados–, respetando las instituciones, cuidando la educación y combatiendo la pobreza.

En este marco, la Argentina necesita una política exterior cuyo norte sea el crecimiento. Se precisa un enfoque que genere estímulos a la inversión privada y al desarrollo de nuevos mercados, junto a un esquema de negociaciones internacionales ofensivo y acorde con nuestra oferta, en consonancia con la reconfiguración del mundo posglobalización. Es necesario avanzar hacia acuerdos estratégicos entre nuestras empresas y sus respectivos proveedores o clientes, para lo cual deberá trabajarse en la eliminación de trabas al comercio en aquellos mercados que demanden nuestros productos y servicios. Cada negociación debe producir más dólares y mejores empleos para los argentinos.

Toda política exterior debe ser integral, con particular énfasis en la protección del Atlántico Sur y nuestra proyección antártica. Tenemos en el continente los instrumentos para enfrentar los problemas de seguridad, se precisa una visión abarcativa haciendo de la defensa y la inteligencia una herramienta concreta de integración continental. Nuestro país tiene ahora la oportunidad de no mantenerse indiferente, reafirmando su vocación pacífica y siendo ejemplo de seguridad hemisférica y de defensa de los derechos humanos.

En síntesis, la Argentina necesita darle un salto de calidad a nuestra política internacional respaldada por la mayoría de las fuerzas políticas, con el objetivo prioritario de lograr el desarrollo integral de nuestro país. Esto no es una cuestión de suerte. Requiere un trabajo conjunto, público y privado, dentro de una estrategia productiva y de inserción internacional que movilice los recursos y capacidades necesarios para ello. Aun en un marco internacional complejo, hay oportunidades.

A partir del 10 de diciembre, tenemos la obligación de iniciar este camino y así dejar de ser el país de las oportunidades perdidas

Secretario de Asuntos Estratégicos de la ciudad de Buenos Aires

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