CONTAINER celebró su 20° aniversario y el evento realizado en La Voz se transformó en una excelente ocasión para repasar los números del comercio internacional y, en particular, la posición que ocupan Argentina y Córdoba en ese mapa. La conmemoración no fue solo un festejo: funcionó como un espejo para analizar lo hecho, lo pendiente y lo que viene en un mundo que se mueve cada vez más rápido.

El repaso incluyó tanto lo ocurrido en los últimos años como las perspectivas inmediatas. Argentina se encamina a cerrar 2025 con un muy buen registro en materia de exportaciones si se lo compara con su performance histórica. Sin embargo, la pregunta de fondo sigue siendo qué hacer con esos logros: si transformarlos en un punto de inflexión para proyectar el futuro o si dejar que el tiempo vuelva a licuarlos.

Porque hablar del futuro parece siempre lejano, pero al mirar hacia atrás se advierte la velocidad de los cambios, especialmente tras la irrupción tecnológica y la aceleración de la Inteligencia Artificial. En contraste, Argentina permanece empantanada en crisis recurrentes y en políticas que parten de un mismo núcleo: un déficit fiscal crónico, consecuencia de un sector público sobredimensionado y de un gasto que consume oportunidades sin procesarlas.

Los datos lo explican todo con crudeza. Argentina apenas representa un exiguo 2,3% del comercio internacional. De esa cifra, Córdoba concentra el 12%, lo que en términos globales significa que la provincia participa con menos de 0,3% del comercio mundial. La mayor parte de esas ventas externas corresponde a productos primarios o manufacturas agroindustriales, como harinas, aceites o derivados del crushing.

Córdoba, no obstante, ha construido un recorrido respetable en sectores como el agro, los autos, las maquinarias o los alimentos. Pero, en el concierto global, ese esfuerzo todavía luce demasiado pequeño. ¿Se entiende, entonces, dónde estamos parados como país y como provincia?
A ello se suma un problema estructural: las fuentes genuinas de divisas, en lugar de ser estimuladas, son castigadas con impuestos, regulaciones y condicionalidades. Las retenciones agropecuarias son el ejemplo clásico, pero existen cientos de trabas que, lejos de promover exportaciones, las convierten en la caja inmediata para sostener el gasto público.

El episodio reciente con la quita temporal de retenciones lo ilustra: el gobierno las suspendió “un ratito” para hacerse de dólares urgentes, al punto de inquietar incluso al FMI, que algún día querrá cobrar lo prestado.

La única salida real pasa por conseguir equilibrio fiscal y liberar al sector exportador de esa presión asfixiante. Solo así la economía argentina podrá aspirar a una estabilidad duradera.

Por Walter Giannoni

Periodista (Revista CONTAINER)

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