La noticia política más relevante en las relaciones económicas internacionales argentinas es la sucesión de reuniones del presidente Milei con los más importantes empresarios del mundo. Impactantes encuentros con Sam Altman (líder de OpenAI), Tim Cook (de Apple), Mark Zuckerberg (de Meta) y Sundar Pichai (de Google) y –semanas antes– Elon Musk (de Tesla, Starlink y SpaceX). Las empresas de todos ellos valen, sumadas, 7 billones de dólares. Lo que representa 11 veces el valor del PBI Argentino. Solo dos países en el mundo (EEUU y China) logran anualmente un PBI mayor a aquel importe.

Hay varias consideraciones a efectuar sobre estos movimientos. Uno es que, aparentemente, la búsqueda de la elegibilidad de Argentina para inversión internacional está en el cronograma antes que al apertura de mercados para el comercio exterior. Lo segundo es que las contrapartes elegidas por el presidente son los lideres de las empresas mas innovadoras del mundo. Esto es: no se trata de la mera búsqueda de inversión externa sino de un especifico tipo de inversión.

Clayton Christensen planteó hace unos años que solo se crea crecimiento con inversión y que ésta ocurre cuando hay innovación. Pero advirtió que hay tres tipos de innovación. La primera es la innovación “eficiente”, que se dirige a “hacer más con menos” recursos: producir con menores costos. Se procura mejorar la capacidad financiera de la empresa y el foco es endocéntrico.

La segunda es la innovación “sustentadora”, que se produce para evitar la obsolescencia de los productos ya existentes, generando mejoras para que éstos se adapten a ciertas modificaciones marginales en la demanda (nuevos modelos de automotores, alimentos con más información nutricional, cambiantes diseños de indumentaria). Esta innovación mejora productos, pero -dice- no crea crecimiento.

Y la tercera es la innovación “disruptiva”, que es la que crea nuevos mercados. Ésta genera la propia demanda donde antes no había oferta para abastecer necesidades y genera nuevas prestaciones (los primeros automóviles, la energía eléctrica cuando se inició, los teléfonos móviles en sus primeros momentos, la inteligencia artificial ahora). Se trata de la creación de nuevas realidades y de “innovación que crea el mercado”. Dice Christensen que este tipo de innovación tiene necesidad de capital, crea trabajo y produce crecimiento.

No sabemos si la Argentina comenzará a recibir inversión (y en qué medida) después de los nuevos movimientos promocionales. Y, si lo hace, en qué medida lo hará. Pero, al parecer, la búsqueda está centrándose en los que se enfocan (en el mundo) en la tercera de las versiones de Christensen.

Lo que supone un gran cambio: hasta hoy las empresas argentinas están más apuradas para resistir la coyuntura negativa (la primera de las innovaciones mencionadas) o aun para sostener productos en una relativa cerrazón internacional (la segunda). Y, si el modelo es el de la tercera, no pocas actividades deberían cambiar. Porque ella se extiende en las “global innovation networks” (como las llama la WIPO), que conforman modernos ecosistemas integrados (arquitecturas vinculares relacionales) hacia proveedores, prestadores de servicios, comercializadoras, formadores de recursos humanos, inversores, financiadoras, distribuidores, etc.

Aunque, para que ello ocurra, deben tener lugar otros cambios de fondo aún pendientes (regulativos, institucionales, políticos, infraestructurales, educativos, de relación económica internacional, etc.).

Habrá que esperar que nuevas acciones sean implementadas para lograr buenos resultados.

El autor es presidente del Capítulo Argentino de ISPI y director general de DNI Consultores

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