En la Argentina nos mordemos la cola: en vez de intentar corregir los desequilibrios macro, se disponen cada vez más restricciones externas para cuidar los dólares, y eso impacta en la producción que, entonces, debe resolver nuevas dificultadas, justamente para generar divisas. Así es la dinámica: alcanza para aguantar hoy y resigna el futuro. Las recordadas DJAI, las SIMI y las recientes SIRA son versiones de un único objetivo de fondo: ajustar las importaciones a los dólares disponibles y que se note lo menos posible.

La discusión de fondo no es el mecanismo, se llame como se llame. Lo importante es la dinámica real de las reservas del Banco Central. Si crecen, los empresarios verán mayor fluidez del SIRA. Si bajan, el mecanismo comenzará a trabarse.

El problema general es que la existencia de un sistema que sustituye la planificación libre de las empresas de sus stocks, sus inversiones y su producción, por decisiones centralizadas de los funcionarios, produce una distorsión en la asignación de recursos que provoca una inevitable pérdida de productividad, y por lo tanto, de crecimiento para toda la economía.

El SIRA está afectando transversalmente a todo el sector productivo y, en general, los impactos son similares en distintas empresas. Hay excepciones que tienen que ver con proyectos emblemáticos para el Gobierno, como la construcción del gasoducto y las inversiones destinadas al desarrollo de Vaca Muerta, que tienen una total fluidez.

La intensidad de los impactos del SIRA no se vincula con los sectores, sino con las empresas. La vara determinante es si “hicieron o no lo deberes”, que consisten en presentar a l Gobierno un plan de producción, stocks e importaciones para el año. Las que no dieron esa información enfrentan mayores dificultades.

Más allá del funcionamiento del sistema, la clave siempre es la racionalidad de los funcionarios para reaccionar con rapidez cuando una empresa llega al límite del abastecimiento y está a punto de pararse. Actualmente este recurso está funcionando mejor. En los últimos tres meses, hay consenso en que el sistema ganó en fluidez, adaptándose mejor a las necesidades productivas, pero hay dos problemas graves que persisten.

Uno es que los plazos son extensos y elevan los costos con los proveedores entre 15% y 20%, por la incertidumbre del plazo de pago.

Los stocks quedan al límite y se genera un riesgo permanente de frenos a la producción. Esto es particularmente grave para empresas con procesos continuos (industrias automotriz, de autopartes, química, de línea blanca, entre otras).

El principal problema es la incertidumbre, dado que el sector productivo desconoce en qué momento se agravará la escasez de reservas o caerán las exportaciones agrícolas, y los funcionarios “cerrarán el grifo”, tensando los stocks de insumos y materiales al límite.

El atraso cambiario de los últimos años y las expectativas de cierre de las importaciones fueron el incentivo ideal para que muchas empresas adelantaran sus compras al exterior. Frecuentemente gracias a ese sobre stock han podido seguir produciendo sin graves inconvenientes. Pero eso también ha sido responsable de que se haya afectado a la industria local. Una paradoja, la política que busca cuidar la producción local y sustituir importaciones ocasiona un perjuicio a la misma, incentivando el adelantamiento de importaciones.

Es el resultado natural de la incertidumbre y de la brecha cambiaria. En muchos casos, se piden permisos para importaciones mayores a las necesarias, porque se descuenta que la aprobación será parcial.

En este contexto, quedan golpeadas la exportación y la inversión. No hay alternativas de financiamiento para anticipos a proveedores (con excepción de la instrumentación del swap con China, que solo cubre insumos y bienes finales), por lo que la importación de maquinarias y equipos está virtualmente detenida, y eso afecta a la inversión y a la tecnología de producción. Se suman las dificultades para lograr autorizaciones de importación temporaria. Así, la inversión y la exportación, dos actividades que requieren de previsibilidad, se encuentran hoy condicionadas.

En resumen, parte del funcionamiento más fluido del SIRA en los últimos meses se explica por la caída de las importaciones. Y, si bien hay parte de sustitución de bienes, especialmente en el caso de las pymes que cuentan con menor capacidad de financiamiento, la razón principal es el freno y la caída de la producción. La variación interanual de la industria fue negativa en casi todos los meses desde julio.

Las restricciones a la importación tienen muchos efectos negativos y constituyen una medida miope: afectan el precio, la disponibilidad y la calidad de bienes y servicios muy apreciados, generan un costo excesivo del abastecimiento, una caída de las inversiones, costosas paradas de planta y, lo que es más grave, menos empleo formal.

Ir a notas de Natacha Izquierdo
RESPONSABLE DE PRÁCTICAS SECTORIALES DE LA CONSULTORA ABECEB
La Nación

*La autora es Responsable de Prácticas Sectoriales de la consultora Abeceb

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