El creciente papel que en el comercio mundial ha empezado a ser evidente con el protagonismo de países de la magnitud de China e India es una señal más sobre la profundidad de los cambios que se están produciendo y los efectos de todo tipo que podrían tener sobre la evolución y desarrollo del comercio mundial.

Entre otros factores, ello se debe a la mayor conectividad que los cambios tecnológicos están produciendo en las relaciones entre países, empresas y consumidores, todos ellos con múltiples opciones para el desarrollo de sus estrategias de inserción internacional; y a la proliferación de distintos tipos y grados de fracturas étnicas y a la profundidad del fenómeno de diversidad cultural.

Como suelen señalar los especialistas, el mundo ha entrado en una fase en que las relaciones internacionales tienden a ser “poligámicas”, caracterizándose por el hecho que los protagonistas pueden optar por desarrollar estrategias que reflejan una diversidad de alianzas múltiples, simultáneas y no excluyentes, y en las que tienden a ser obsoletos conceptos y enfoques teóricos provenientes del pasado.

En tal perspectiva, los cambios que se observan conducen a imaginar la cooperación económica entre naciones soberanas en términos similares a los que han predominado en otros momentos históricos. Dominación y subordinación serían entonces conceptos centrales. No parecería algo conveniente ni recomendable.

Por el contrario, lo que estaría emergiendo parecería más bien ser una fase de alianzas múltiples y flexibles, con una gran dinámica en su desarrollo. Parecería ser una fase en la que cobra mayor importancia el desarrollo de “solidaridades de hecho”, resultante del encadenamiento de políticas económicas y de decisiones de inversión productiva, sostenidas en la efectividad de reglas comunes. Como planteara Jean Monnet en los momentos fundacionales de la integración europea, se generan así los efectos de disciplinas sostenibles entre los países asociados.

Pero es también una fase en la que un país, cualquiera que sea su dimensión, podría tener dificultades para navegar con eficacia en su entorno global y regional a fin de plasmar sus visiones y objetivos, si es que no tuviera un diagnóstico correcto sobre su capacidad y sus posibilidades efectivas en el desarrollo de la competencia por el poder y los mercados internacionales.

Tres cualidades se requieren entonces de cualquier país que aspire a desarrollar una inserción eficaz e inteligente en el sistema internacional global, y también en su propia región. Una es tener un buen diagnóstico de los factores que pueden incidir en las transformaciones de la estructura y del funcionamiento del sistema internacional. Es un diagnóstico que requiere actualización permanente desde la perspectiva de cada país. Otra es tener propuestas concretas y aceptables sobre cómo se pueden renovar y adaptar a las nuevas realidades los espacios institucionales, globales o regionales, en los que se inserta un país. Y la tercera es la de aportar ideas prácticas y con potencial de efectividad, a fin de lograr una concertación de intereses nacionales, tanto en el plano de los espacios institucionales globales y en los regionales.

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