Hay una mayor conciencia de la importancia del sector, y eso es bueno, pero también es necesario levantar alertas
La industria minera, en los últimos años, y especialmente en la pospandemia, se comenzó a posicionar, ya desde múltiples ámbitos, como uno de los sectores claves para el desarrollo del país, pero especialmente con la mirada puesta en la capacidad para generar divisas tanto por la inversión como por las exportaciones (los escasos dólares que el país siempre está necesitando).
En la actualidad, las exportaciones rondan los US$ 3.500 millones, con los proyectos en construcción y la proyección de potenciales inversiones permitiría estimar a futuro exportaciones por US$ 12.000 millones. Más que triplicando lo niveles actuales.
A pesar de las condiciones macro e institucionales del país, el sector en 2022 continúo avanzando con las inversiones. La exploración, que es la etapa de riesgo, mostró inversiones a lo largo del año por US$ 385 millones (S&P), que representó 70% más que en 2021.
La inversión en exploración ha permitido que muchos proyectos mineros avancen en los últimos 6 años y de este modo el 2022 finaliza con 2 proyectos de litio en ampliación, 6 que se encuentran en construcción, varios más factibilizados y con los informes de impacto ambiental avanzados.
En lo que hace al cobre, el 2022 deja un proyecto con la aprobación de impacto ambiental que implica que está más cerca de poder empezar a construirse y al menos 4 proyectos en el camino a la factibilización y realizando los trabajos para obtener las aprobaciones ambientales.
En oro y plata, que actualmente representa la mayor proporción de las exportaciones, también ha habido avances de proyectos tanto en la Patagonia como en el NOA y Cuyo.
Cuando nos preguntamos si en 2023 continuará está tendencia del sector, la respuesta no es clara: es necesario levantar alertas pero también hay que resaltar otros aspectos positivos.
En primer lugar, las condiciones internacionales no serán las mismas que las de 2021 y primera parte de 2022, principalmente por dos razones: la fuerte suba de tasas del Tesoro americano reduce la liquidez mundial y los precios de los minerales metalíferos entre noviembre 2021 y mismo mes de 2022 presentan caídas (-17,3% cobre, -5,3% oro y -13,1% plata).
En segundo lugar, y esto ya está afectando a los proyectos en operación, y pone alerta a las inversiones de ampliación y/o prolongación de la vida útil son, encontramos dos factores: por una parte, la suba en dólares de los costos locales, que podemos ejemplificar con el aumento interanual del 25,9% de los salarios del sector (septiembre, último dato); la suba de 21,5% (Indec a octubre). Por otra parte, las restricciones cada vez más fuertes a las importaciones es otra preocupación para la continuidad de la producción y la inversión.
Como contraposición, en el lado positivo, es necesario resaltar que la transición energética implica un fuerte incremento de la demanda de cobre y de litio y, por lo tanto, da sustento a escenarios tanto de demanda como de precios de mediano plazo que van a continuar incentivando las inversiones en el país.
Basándonos en lo anterior, se podría estimar que los proyectos de litio en 2023 continuarán avanzando como lo vienen haciendo, ya que los esquemas de financiamiento son diferentes a la minería tradicional. Ejemplo de ello es el ingreso como socios de los proyectos de la industria automotriz ante la necesidad de asegurarse el aprovisionamiento, puesto que las estimaciones indican que la demanda será mayor que la oferta en el corto plazo.
En el caso de cobre y el resto de los metales, seguirán las inversiones para avanzar los proyectos hasta la etapa de factibilización, lo que implica montos importantes de inversión. La duda quizás estará en la capacidad que tengan en conseguir el financiamiento para avanzar a la construcción, considerando la incertidumbre macroeconómica y política del 2023.
Pero más allá de todo, el sector seguirá siendo un motor de las economías regionales el próximo año como, lo fue en 2022.
Fuente: El Economista