Los desajustes macroeconómicos son la causa de la escasez de dólares y no las compras en el exterior, que sirven para exportar más y mejores productos

Hace mucho tiempo que las importaciones nos generan discordias .En un tiempo fue por la sospecha de afección de la industria nacional, en otro por la puesta en evidencia de atrasos cambiarios, y en los últimos días por un supuesto “festival” de exageradas compras externas.

Pues conviene analizar el fenómeno a través de algunas aseveraciones fundadas.

1) Las importaciones son estrictamente necesarias para la actividad económica y se activan cuando se producen bienes y servicios. En los primeros cinco meses de 2022, en los que nuestras importaciones crecen fuerte (44%, superando ya los US$32.700 millones), un 37% del total comprado al exterior se compone de bienes intermedios que se usan para finalizar en nuestro país procesos productivos; otro 30% se explica por la suma de bienes de capital (máquinas para producir) más algunas partes y accesorios de bienes de capital (para armado o reposición en aquellos), y otro 14% se genera en combustibles y lubricantes. 2) El alza significativa responde en parte (aunque no solamente) a la suba de precios: la mitad del mayor importe pagado al exterior obedece a las cotizaciones.

3) La Argentina, aun con la relevante alza de 2021 y 2022, es una economía que sigue teniendo una relación importaciones/PBI menor que el promedio de la región: si la tendencia se mantiene, a fin de este año la relación referida (computando bienes y servicios) rondará 20%, mientras que en Latinoamérica ese ratio se ubica en 24% (todos los países de la región excepto Brasil muestran ratios mayores que el nuestro). En todo el planeta la relación es 27%. Y en algunos vecinos específicamente se observan cifras significativas, como en Chile (26%), Paraguay (29%) o México (38%).

4) El superávit comercial argentino es generoso en lo que va del año (mas de US$14.000 millones en 2021; y unos US$3.000 acumulados en los transcurridos 5 meses de 2022); por lo que el problema no está en un desequilibrio comercial.

Así, el intríngulis argentino no son las importaciones sino el régimen cambiario: un tipo de cambio oficial descolocado (manifestado en la brecha entre ese oficial y los paralelos), una centralización en el banco central para pagos y cobros en el comercio exterior y una inestabilidad macroeconómica distorsiva alientan comportamientos cortoplacistas y reducen la oferta de dólares en el mercado oficial.

La Argentina no carece de dólares, sino que esas divisas circulan fuera del enrarecido sistema oficial.

Al respecto, una curiosidad surge de un análisis que efectuó la OCDE hace algún tiempo: en el planeta se estimó que en el total de exportaciones (de más de 60 economías medidas) el componente importado dentro de esas ventas externas -de los diversos países- ronda 25%. Y de todos los casos analizados, la Argentina (con solo 7%) resultó el segundo país con menor porción de importaciones dentro de las exportaciones (solo Arabia Saudita mostró un índice menor). No es casual, luego, que Argentina es uno de los países con menor dinamismo exportador entre países comparables (apenas generamos 0,3% del total mundial de ventas exteriores de bienes y en las de servicios el porcentaje de participación es aún menor).

Todos coincidimos en que debemos exportar. Y mucho. Y más. Nuestras ventas externas recién llegarán en el corriente 2022 a superar su anterior récord histórico (de 2011) alcanzado en el previo ciclo de altos precios internacionales. Mientras, la mayoría de nuestros vecinos ya había logrado durante el reciente año pasado superar su mejor marca previa. Ello muestra que si bien esos mejores precios nos elevan los ingresos de divisas (las exportaciones crecen en lo transcurrido de 2022 un 26% -la mitad de ese movimiento lo explican los mayores precios internacionales-), aún tenemos dificultades para transitar este terreno a la velocidad a la que lo hacen los vecinos.

Exportar más requiere inversión, tecnología, empresas insertas en redes supranacionales de generación de valor: y ello exige dinamismo en ingresos y egresos.

En los últimos 3 años la Argentina acumuló un saldo comercial positivo en la balanza de bienes (exportaciones menos importaciones) de casi US$45.000 millones. Es, pues, poco adjudicable a las importaciones (aisladamente) una responsabilidad en la tensión cambiaria. Aunque hay que advertir que, siendo nuestra economía un sistema relativamente anormalizado, nos ocurre que esos dólares que llegan por ventas de bienes tienen a irse por vías que en otros países no son causa de estrés: movimiento de capitales, flujos de utilidades de empresas, balanza de servicios, contratos financieros, inversiones o ahorros externos.

Si la angustia la produce la escasez de divisas es mejor no enervarnos por las importaciones y, en cambio, dejar de poner límites locales a las exportaciones (como lo hacemos a través de impuestos/retenciones, cupos, brecha cambiaria o sostenimiento de desórdenes macroeconómicos que afectan la evolución empresaria); y también dejar de consentir barreras en mercados externos para nuestros productos (al resistirnos a celebrar acuerdos de apertura reciproca con terceros mercados en un mundo en el que el 60% del total del comercio transfronterizo ocurre entre países que tienen vigentes entre si tratados comerciales de apertura acordada).

El sistema funciona en el planeta a través de la interacción internacional: entrada y salida de bienes, servicios, inversiones, financiamiento, conocimiento y datos, migraciones y telemigraciones. Por eso los 25 países mayores exportadores del mundo son también los mayores importadores.

No hay mucho más que poner en marcha lo que a otros les funciona adecuadamente.ß

Nuestras ventas externas recién llegarán en el corriente 2022 a superar su anterior récord histórico; fue en el 2011, también gracias a los altos precios internacionales.

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